Friday, December 18, 2020

«Nadie conoce el corazón secreto del reloj». - Elias Canetti

Pasé la mañana escuchando las derivas corales y polifónicas suscitadas por este apunte que escribiera Elias Canetti en 1983:


«Nadie conoce el corazón secreto del reloj»



Intento dejar abrirse en mí su sentido, prestar atención a los ecos que me trae, hallar mis palabras entre sus palabras. 



Nadie: Para nadie la muerte no existe. Nadie es la potencia del hombre, su posibilidad de ser. Íntimamente se confunden en “nadie” lo ‘nacido’ y  la ‘nada’; así, este “nadie” acaso sea ese hombre que vence al tiempo, ese que se sabe acogido por su égida y que planta allí su lugar.



Conocer: Conocer es ser con otro, ser en relación. La fórmula del ‘conocer’, del ‘llegar a saber algo’ no ha sido descubierta aún, pero el camino tal vez sea el del espejo, el de mirar todo detenidamente hasta encontrarlo en nosotros. Cada nombre que ponemos al señalar algo es una suspensión, un interludio. En los nombres que damos a los hijos (y los nuestros y los de las cosas) no debe caber más que el asombro y la alegría de poder volver a ellos, de poder volver a mirarnos en ellos.



Corazón: El corazón es su latido, su sonido en vaivén que impulsa la sangre y lleva el calor y el aire. La imagen primera del círculo es su ir y venir, esa sucesión de espasmódica, que lanza y recoge,  que habla y le habla al hombre incluso antes de que el hombre sea –en el vientre, el corazón materno–. El corazón es un tránsito sin rumbo, un tránsito que no puede recordar su punto de partida ni vislumbrar el de llegada, un tránsito que es a la vez viaje y quietud. El corazón siempre parte para volver a sí, se encuentra para despedirse.



Secreto: Lo secreto es lo que se aparta, lo que se aleja de la vista, lo que no puede distinguirse, analizarse. Desde lo secreto algo se extiende, porque en ello todo se oculta. Su concentración es su expansión.


Corazón-secreto: La palabra alemana que usa Canetti, ‘Geheimherz’ en este apunte destila y aglutina los sentidos de sus componentes. El corazón se sustrae a la vista, es la memoria que se agita bajo la piel, que solo puede adivinarse, develarse, siguiendo el hilo de la sangre. El secreto del corazón es que su nombre está se sustrae a las palabras pero guarda todas las palabras, impulsa la sangre que inhala y exhala la esperanza de vencer a la muerte en cada vocablo.



Reloj: el reloj es la sucesión, el listado circular de las horas, esas que son límites del tiempo como las orillas del mar. El tiempo es su condición y circunstancia, es su inagotable presencia, el tiempo es también la señal de su pasar, de su cauce en el que cada punto es un vaivén, una mancha que brota y que, simultáneamente, se borra, para la que irrumpir y desaparecer son su forma de permanencia. Sus orillas encierran y separan, es un fluir de vacíos que todo lo ahuecan y colman. Un fluir que se abre paso y pasa rompiendo, dramática o sutilmente, la trama cuyo hilo inexistente no es más que su paso perdido, su huella que se borra. El reloj es la intensidad de sus horas.



«Nadie conoce el corazón secreto del reloj», sigue diciendo el apunte e Canetti.


Un amasijo de palabras en el que cada palabra es mojón intemporal, eterno, pero que es también umbral y paso que nos conduciría fuera del tiempo; pero este afuera no es intemporal sino un lugar en el tiempo; y lo que la palabra busca es justamente aquello que se le sustrae, justamente aquello que las deshace en su decirse: el tiempo, aquello que, callado, nos llama, nos convoca y nos acuna en su adentro, en su secreto.




Y recordé, en el diálogo abierto con Carlos Vásquez y los compañeros de aventura lectora, este poema de Pessoa escrito el 4 de agosto de 1934, de profunda consonancia con las ideas de Canetti:




En lo alto de la torre está el reloj, 

aún más alto está el sol.

Hora tras hora, el uno dicta mi obituario

el otro, no habla: brilla y existe.


No sé quien mide el tiempo aquí:

Si aquel que da las horas en la alta torre

si aquel que sólo alumbra, y se ríe

de que alguien pueda suponer que muere.


Fernando Pessoa, 4-8-1934

Traducción de Carlos Ciro



Original portugués:


No alto da torre está o relógio, / Mais alto ainda o sol está. / Hora a hora um diz meu necrológio / O outro não falla: brilha e há.  // Não sei quem mede o tempo aqui: / Se o que da horas na alta torre / So o que só alumia, e ri / De alguém poder supor que morre. 


Fernando Pessoa, 4-8-1934



En: Pessoa, Fernando. Poemas de Fernando Pessoa 1934-1935. Edição Crítica de Fernando Pessoa, Volume I, tomo V. Edição de Luís Prista. Lisboa, Imprensa Nacional - Casa da Moeda. 2000. [121] p. 105



El apunte de Canetti se encuentra en:


Canetti, Elias. Obras Completas. Tomo IV. Apuntes 1942-1993 [El corazón secreto del reloj. Apuntes 1973-1985, Año 1983]. Edición al cuidado de Ignacio Echevarría. Traducción de Juan José del Solar. Barcelona, Ed. Galaxia Gutenberg, 2006. p. 542

Wednesday, August 26, 2020

Primo Levi. Prefacio a "El canto del pueblo judío asesinado", de Itsjok Katzenelson

Prefacio a El canto del pueblo judío asesinado de Itsjok Katzenelson 


Frente al “canto” de Itsjok Katzenelson cada lector no puede más que retraerse turbado y reverente. No es comparable con ninguna otra obra en la historia de la literatura: es la voz de un morituro1, uno entre cientos de miles de morituri, atrozmente consciente de su propio destino y del destino de su pueblo. No de un destino lejano, sino del destino inminente: Katzenelson escribe y canta en medio de la masacre, la muerte alemana deambula en torno suyo, ya ha masacrado más de la mitad, pero la cuenta aún no está completa, no hay tregua, no hay respiro; está a punto de atacar una y otra vez, hasta el último anciano y el último niño, hasta el final de todo.

Cubierta de una edición italiana del libro de Katzenelson, Il canto del popolo ebraico massacrato.


Que en estas condiciones y en este estado de ánimo el morituro cante y se revele como poeta, nos deja temblando al mismo tiempo de indignación y exaltación. Éstos son poemas necesarios, si acaso hubo alguna vez otros: pretendo decir, si a menudo captamos la duda, antes de una página, de que las cosas escritas deberían o no ser escritas o si podrían o no ser escritas de otro modo, aquí, toda duda se calla.

Por encima del horror que nos asedia cada vez ante estos reconocidos testimonios, no podemos reprimir un movimiento de asombro admirado por la pureza y la fuerza de esta voz.

Es la voz de un universo cultural desconocido totalmente en la Italia de siempre y que hoy ya no existe: la voz de un pueblo que está llorando. Los versos en los que la angustia de Katzenelson se hace más punzante y más concreta son justo aquellos en los cuáles pervive el mundo cultural del judaísmo de oriente:

«El sol, al levantarse sobre una pequeña aldea de Polonia o de Lituania,
ya nunca más verá
a un luminoso judío en la ventana, a un viejecito recitando Salmos
(…)
(…)
¡Pero la feria está muerta!
(…)
Ningún judío más va a darles vida a las ferias ni a insuflarles alma».

Esta cultura cuyo instrumento secular es la lengua ídish es medularmente popular: su hilo verbal ha siempre estado más vivo que el escrito y aquél siempre ha alimentado este. Reunió una extraordinaria sensibilidad musical que hunde sus raíces en las ferias pueblerinas descritas por Babel y pintadas por Chagall y ha conducido a las escuelas más ilustres de intérpretes contemporáneos; allí confluyó también una tradición teatral portentosamente vital que fue truncada, golpe tras golpe, por las masacres de Hitler. Una literatura variada y vivaz, rica en espiritualidad, de una comicidad triste muy suya y de una humilde y fuerte voluntad de vida, inmortalizada por aquella pequeña obra maestra que es La historia de Tevye el lechero de Scholem Aleijem.

Incluso Katzenelson, como la mayor parte de los escritores, músicos y teatreros ídish, es un poeta popular: pero brota y se nutre de un pueblo que es único en Europa y en el mundo, un pueblo en el que la cultura (aquella cultura particular suya) no es el privilegio de una clase o de una casta, sino de todos, y en el cual el Libro ha sustituido a la Naturaleza en tanto que fuente por excelencia de toda institución mística, filosófica o poética. Es por esto que no sorprende encontrar en la desesperada y cruda lamentación de Katzenelson el eco de palabras eternas, la continuación y la herencia legítima de Ezequiel, de Isaías, de Jeremías y de Job; ni sorprende que él mismo esté orgulloso y consciente de eso.: «(…) en cada judío grita un Jeremías, un Job desesperado».

Es justo por esta aceptada y proclamada herencia bíblica que considero que el mejor poema de esta colección es el titulado “A los cielos”. Aquí es Job quien habla, un Job moderno más verdadero y completo que el antiguo, mortalmente herido en sus más cosas más preciadas, en su familia y en su fe, casi cegado (¿por qué? ¿por qué?) de ambas. Pero ante las eternas preguntas del Job antiguo se elevaban las voces prudentes y temerosas de los “molestos consoladores”, la voz soberana del Señor; ante la pregunta del Job moderno nadie responde, ninguna voz brota del remolino. No existe ya un Dios en el útero de los cielos «vacíos, desérticos como una estepa lejana y desolada» que observe impasible la ejecución de la masacre insensata, el final del pueblo de Dios.


PRIMO LEVI

(Traducción de Carlos Ciro)



1 Con el sentido de “quién / quiénes va (van) a morir”. Conservo el término y su plural, por su resonancia histórica con la inscripción en las puertas del circo romano: “MORITURI TE SALUTANT”. 




(Il canto del popolo ebraico massacrato di Ytzahk Katzenelson. Marina De Col - voce recitante. Maria Vittoria Jedlowski - chitarra e voce. Milano, Biblioteca Affori in Villa Litta. 25/01/2014)

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