Wednesday, August 26, 2020

Primo Levi. Prefacio a "El canto del pueblo judío asesinado", de Itsjok Katzenelson

Prefacio a El canto del pueblo judío asesinado de Itsjok Katzenelson 


Frente al “canto” de Itsjok Katzenelson cada lector no puede más que retraerse turbado y reverente. No es comparable con ninguna otra obra en la historia de la literatura: es la voz de un morituro1, uno entre cientos de miles de morituri, atrozmente consciente de su propio destino y del destino de su pueblo. No de un destino lejano, sino del destino inminente: Katzenelson escribe y canta en medio de la masacre, la muerte alemana deambula en torno suyo, ya ha masacrado más de la mitad, pero la cuenta aún no está completa, no hay tregua, no hay respiro; está a punto de atacar una y otra vez, hasta el último anciano y el último niño, hasta el final de todo.

Cubierta de una edición italiana del libro de Katzenelson, Il canto del popolo ebraico massacrato.


Que en estas condiciones y en este estado de ánimo el morituro cante y se revele como poeta, nos deja temblando al mismo tiempo de indignación y exaltación. Éstos son poemas necesarios, si acaso hubo alguna vez otros: pretendo decir, si a menudo captamos la duda, antes de una página, de que las cosas escritas deberían o no ser escritas o si podrían o no ser escritas de otro modo, aquí, toda duda se calla.

Por encima del horror que nos asedia cada vez ante estos reconocidos testimonios, no podemos reprimir un movimiento de asombro admirado por la pureza y la fuerza de esta voz.

Es la voz de un universo cultural desconocido totalmente en la Italia de siempre y que hoy ya no existe: la voz de un pueblo que está llorando. Los versos en los que la angustia de Katzenelson se hace más punzante y más concreta son justo aquellos en los cuáles pervive el mundo cultural del judaísmo de oriente:

«El sol, al levantarse sobre una pequeña aldea de Polonia o de Lituania,
ya nunca más verá
a un luminoso judío en la ventana, a un viejecito recitando Salmos
(…)
(…)
¡Pero la feria está muerta!
(…)
Ningún judío más va a darles vida a las ferias ni a insuflarles alma».

Esta cultura cuyo instrumento secular es la lengua ídish es medularmente popular: su hilo verbal ha siempre estado más vivo que el escrito y aquél siempre ha alimentado este. Reunió una extraordinaria sensibilidad musical que hunde sus raíces en las ferias pueblerinas descritas por Babel y pintadas por Chagall y ha conducido a las escuelas más ilustres de intérpretes contemporáneos; allí confluyó también una tradición teatral portentosamente vital que fue truncada, golpe tras golpe, por las masacres de Hitler. Una literatura variada y vivaz, rica en espiritualidad, de una comicidad triste muy suya y de una humilde y fuerte voluntad de vida, inmortalizada por aquella pequeña obra maestra que es La historia de Tevye el lechero de Scholem Aleijem.

Incluso Katzenelson, como la mayor parte de los escritores, músicos y teatreros ídish, es un poeta popular: pero brota y se nutre de un pueblo que es único en Europa y en el mundo, un pueblo en el que la cultura (aquella cultura particular suya) no es el privilegio de una clase o de una casta, sino de todos, y en el cual el Libro ha sustituido a la Naturaleza en tanto que fuente por excelencia de toda institución mística, filosófica o poética. Es por esto que no sorprende encontrar en la desesperada y cruda lamentación de Katzenelson el eco de palabras eternas, la continuación y la herencia legítima de Ezequiel, de Isaías, de Jeremías y de Job; ni sorprende que él mismo esté orgulloso y consciente de eso.: «(…) en cada judío grita un Jeremías, un Job desesperado».

Es justo por esta aceptada y proclamada herencia bíblica que considero que el mejor poema de esta colección es el titulado “A los cielos”. Aquí es Job quien habla, un Job moderno más verdadero y completo que el antiguo, mortalmente herido en sus más cosas más preciadas, en su familia y en su fe, casi cegado (¿por qué? ¿por qué?) de ambas. Pero ante las eternas preguntas del Job antiguo se elevaban las voces prudentes y temerosas de los “molestos consoladores”, la voz soberana del Señor; ante la pregunta del Job moderno nadie responde, ninguna voz brota del remolino. No existe ya un Dios en el útero de los cielos «vacíos, desérticos como una estepa lejana y desolada» que observe impasible la ejecución de la masacre insensata, el final del pueblo de Dios.


PRIMO LEVI

(Traducción de Carlos Ciro)



1 Con el sentido de “quién / quiénes va (van) a morir”. Conservo el término y su plural, por su resonancia histórica con la inscripción en las puertas del circo romano: “MORITURI TE SALUTANT”. 




(Il canto del popolo ebraico massacrato di Ytzahk Katzenelson. Marina De Col - voce recitante. Maria Vittoria Jedlowski - chitarra e voce. Milano, Biblioteca Affori in Villa Litta. 25/01/2014)

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